viernes, 2 de octubre de 2009

PERSPECTIVAS CRÍTICAS DE LAS CIENCIAS SOCIALES EN EL CONTEXTO DE LA GLOBALIZACIÓN


Por Ricardo Etchegaray

Nuestra mesa lleva por título “Perspectivas críticas de las ciencias sociales en el contexto de la globalización”. Sin duda que es un tema muy interesante y atractivo, además de tener el doble mérito de acertar en las cuestiones centrales que están en debate en las ciencias sociales y no ser tan específico y delimitado como para no dar que pensar. Agradezco que se convoque a quienes provenimos de la filosofía para hablar sobre estos temas, sobre todo porque no creo que la filosofía sea una ciencia social, ni tan siquiera una ciencia en el significado generalizado que tiene el término. Para mí eso es un signo de la benevolencia de quienes trabajan en el campo de las ciencias sociales y una admirable muestra de confianza en los “extraños”. Se supone que la filosofía se identifica con la crítica (incluso para algunos lo único que saben hacer los filósofos es criticar a todo el mundo) y se supone también que la filosofía siempre se ha ocupado de la totalidad y su fundamento. Y tienen razón, porque la filosofía no ha hecho otra cosa durante 2700 años. Este hecho nos está indicando que los problemas contenidos en la propuesta de nuestra mesa llevan su tiempo… Sin embargo, no disponemos más que de unos minutos. Así que trataré de limitar mi presentación a unas breves reflexiones.
Los seres humanos vivimos hoy, a comienzos del siglo XXI, en un mundo estallado, roto, fragmentado, dislocado. Vivimos en un mundo que ya no puede constituirse como tal, en tanto el significado del concepto “mundo” implica una “totalización de sentido”, una única realidad en la que las cosas, los hombres y Dios o los dioses se relacionan, vinculan y articulan entre sí formando las partes o los momentos de una totalidad que los engloba, los comprende, les confiere identidad y sentido. Vivimos en una época paradójica, ya que al mismo tiempo que se produce una tendencia a la “globalización”, a la planetarización de un modo de vida propiciado por el mercado y por la ciencia y la técnica modernas, sentimos, percibimos y experimentamos (lo que podríamos llamar) una incertidumbre ante la totalidad o una perpleplejidad ante lo complejo. Los hombres de hoy sabemos que los saberes de las ciencias y los instrumentos de las técnicas han permitido a la civilización occidental desarrollar un poder incomparable con el de cualquier época anterior, que permite dominar, controlar y utilizar las energías naturales para que sirvan a los fines humanos. El vapor, el petróleo, la electricidad, la energía atómica se someten a las necesidades de los hombres y se doblegan a sus imposiciones. Sabemos cómo operar y las máquinas que hemos inventado lo hacen eficientemente. Inclusive, estamos en condiciones de suplir el esfuerzo del trabajo humano por “sistemas expertos” y robots más eficientes, más productivos, más económicos, incluso más limpios y obedientes. Sin embargo, la contracara de estos éxitos, que nos ponen en una situación histórica absolutamente novedosa e inédita, es que ya no sabemos cómo pensar la totalidad ni qué hacer ante la complejidad. Pareciera que la civilización occidental ha generado y desatado un poder inédito que ha desbordado completamente nuestra capacidad de control y cuyos efectos son inversamente proporcionales a los esfuerzos que se realizan para controlarlo.
La propuesta para esta mesa es pensar las “perspectivas críticas de las ciencias sociales en el contexto de la globalización”. ¿Qué significa esto?
Una “perspectiva” es un punto de vista y hablar de “perspectivas” (en plural) es dar por sentado que hay muchos puntos de vista respecto de esta cuestión. De todas las perspectivas posibles, a los organizadores les interesa exclusivamente las “perspectivas críticas”. Desde el siglo del Iluminismo, las perspectivas críticas se han opuesto a las posiciones dogmáticas. Si bien “dogmático” significa etimológicamente “un principio fundamental”, a partir del siglo XVIII se lo ha entendido como “no crítico”, es decir, como la postura que no pone a prueba sus propios fundamentos. “Perspectivas críticas” sería entonces “puntos de vista no dogmáticos”, “puntos de vista que se han puesto a prueba”. Pero ¿a qué se refiere “perspectivas críticas de las ciencias sociales”? ¿Son las ciencias sociales o ciertas ciencias sociales las que ejercen la crítica o son las perspectivas las que ejercen la crítica sobre las ciencias sociales? En el primer caso: ¿cuáles ciencias sociales son las encargadas de ejercer la crítica? y ¿por qué ellas? En el segundo caso: ¿Qué perspectivas o quiénes? Y además: ¿qué les da derecho a ejercer tales críticas?
Dejando de lado estas cuestiones, persiste otro problema: ¿Qué significa crítica?
En la significación del diccionario, los términos “crítica”, “crisis” y “criterio” provienen de una significación compartida. Crítica sería el análisis o estudio para emitir un juicio y tomar una decisión. Criterio es el razonamiento adecuado. La crisis o posible “separación” o “rompimiento” es un punto crucial o decisivo. Separar para analizar está en la idea griega de “crisis”.
En filosofía, “crítica” hace referencia al establecimiento de las condiciones de posibilidad y de los límites de algo. Por ejemplo: en la Crítica de la razón pura de Kant se trata de establecer las condiciones de posibilidad y los límites del conocimiento humano. En la ciencia política, crisis hace referencia al momento en que las instituciones establecidas no pueden dar respuesta a los conflictos o a las luchas que se han desencadenado. Y el epistemólogo e historiador de las ciencias Thomas Kuhn traslada el concepto desde la historia política institucional a la historia de la ciencia. Para Kuhn, la “crisis” en la ciencia es el momento en que las anomalías se multiplican o se tornan más acuciantes y la comunidad científica comienza a no tener respuestas desde los supuestos aceptados.
¿Estamos en crisis? ¿Qué crisis? ¿Quiénes? ¿Se trata de responder desde las ciencias sociales al mundo en crisis? ¿O se trata de responder desde el mundo a la crisis de las ciencias (sociales)? ¿Qué significa “en el contexto de la globalización”? ¿Qué hay de la crisis global? Ha pasado más de un año del derrumbe financiero norteamericano y, aunque algunos dicen que los indicadores volvieron a la “normalidad” previa, los síntomas no debieran confundirse con las causas.
Quisiera sostener la tesis de que las ciencias no están preparadas para la crisis. Las ciencias duras menos que las blandas. Las ciencias naturales o naturalizadas menos que las sociales o históricas. Las ciencias en general menos que las artes. Las epistemologías que ponen el acento en la justificación menos que las que ponen el acento en el descubrimiento y en la historia.
Las ciencias sociales y la filosofía siempre han surgido como respuesta a una crisis: Sócrates, Platón y Tucídides responden a la crisis de las guerras del Peloponeso, Maquiavelo y Tomás Moro a la crisis del Renacimiento, Hobbes y Locke a las guerras religiosas del siglo XVII, Adam Smith a la crisis del colonialismo político-militar. Sin embargo, excepción hecha de Sócrates y Maquiavelo, se responde a la crisis de un paradigma con la construcción de otro paradigma. Porque esto es inherente a la ciencia: busca enfrentar lo desconocido sobre la base de lo que ya conocemos. De allí que las artes estén mejor capacitadas para actuar en las crisis. No es casual que Sócrates o Maquiavelo tiendan a pensar desde los modelos de las artes: arte mayéutica, artes retóricas y dialécticas, artes de la política y de la guerra.
En realidad se trata de algo simple: cuanto más se pone el acento en lo permanente, en lo estable, en lo invariante, en lo rígido, en la estructura o en el sistema, menos capaces somos de comprender lo efímero, lo inestable, lo variable, lo flexible o lo desestructurado; es decir, menos capaces de comprender la crisis.
Vivimos en un mundo globalizado. Globalizado significa interconectado. Lo que ocurre en cualquier lugar del globo nos afecta en sus efectos. Todos recordamos el “efecto tequila”, el “efecto caipirinha” y otros efectos desestabilizadores que nos han mareado y nos han hecho perder el equilibrio. Globalizado significa también “complejo”. Nuestra ciencia tiene predilección por lo simple y no sabe cómo pensar lo complejo. Finalmente, no hay que olvidar, que lo que nos interconecta globalmente en un mundo complejo mucho antes que la Internet, es el capitalismo. Como reiteradamente ha señalado Aldo Ferrer, la globalización no es la producida en el siglo XX, sino la de la expansión de Europa hacia América, África y Asia en los comienzos de la era moderna “capitalista”. Una expansión que se ha realizado durante los últimos cinco siglos. Una expansión en lo político-militar, en lo religioso, en lo cultural, pero sobre todo y fundamentalmente, en lo económico. Desde esta perspectiva la base permanente de la globalización ha sido un sistema en el que la libertad está indisolublemente unida a la propiedad. Es este sistema globalizado el que está en crisis y la incapacidad para pensar y comprender la crisis se manifiesta con mayor fuerza en los intentos de comprender la crisis del capitalismo. El filósofo esloveno Slavoj Žižek ha dicho que incluso nos resulta más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo.
Para reflexionar sobre la crisis global propongo tomar un ejemplo de las artes, más precisamente de las artes cinematográficas: la película Titanic. El relato se sitúa a principios del siglo XX, tomando como base un hecho histórico real: el primer y último viaje de la embarcación más grande y lujosa construida hasta entonces, en la que se plasman los resultados de la ciencia y la técnica modernas europeas. El Titanic (que podríamos traducir por “titánico”, es decir, obra de “Titanes”) es el símbolo de la Europa moderna, de la razón, de la ciencia, de la técnica, del progreso (es decir, de la revolución industrial), pero también, de la revolución política, cimentada sobre la libertad y la propiedad. En su viaje inaugural, el Titanic choca contra un iceberg y se hunde. Este es el contexto de la película. La trama dibuja coloridamente las pasiones en juego, alrededor del hilo conductor de una historia de amor (un amor que, no podría ser de otra manera, trasciende los prejuicios, las costumbres establecidas, las leyes y ¡hasta los intereses económicos!). Los “críticos” cinematográficos han puesto el acento sobre la historia de amor. Se podría decir que en eso tienen toda la razón pues también el libretista y el director hacen foco en esa relación que atraviesa toda la película y que permite trascender y superar lo catastrófico y terrible del contexto: la muerte de miles de personas, la pérdida de obras de arte y de valores irrecuperables.
Lamento desviar la atención de aquellos de uds. que ya hayan preparado sus pañuelos para revivir la emoción del amor triunfante, pero les propongo interpretar el mensaje desde una perspectiva que, curiosamente, suele escapar a aquellos que deberían buscarla en cada realización cinematográfica. Me refiero, claro está, a los críticos y a la crítica. Les propongo que leamos la película como un esfuerzo imaginativo para pensar las respuestas a la crisis, que es precisamente esta situación en la que el mundo se viene abajo: el mundo es el capitalismo simbolizado por la titánica embarcación que zozobra como consecuencia de un gran agujero que no puede tapar. ¿Cuál es la abertura que inunda irremediablemente al capitalismo? (El agujero o la abertura son imágenes muy interesantes para pensar. En su hermoso libro sobre los mitos de los griegos, J. P. Vernant escribe: “¿Qué había cuando aún no existía cosa alguna, cuando no había nada? A esta pregunta los griegos respondieron por medio de relatos y mitos. En el comienzo, lo que existía en primer término era la Abertura; los griegos la llamaban Caos. ¿Qué es la Abertura? Es un vacío, un vacío negro en el que nada se puede distinguir. Espacio de caída, de vértigo y desconcierto, sin límites, insondable. Abarcador como una inmensa boca que todo lo engulle en una misma noche indistinta. Pues bien, en el principio no hay sino esta Abertura, este abismo ciego, nocturno, ilimitado” .)
Si bien para los griegos la Abertura es originaria, en el film el agujero es abierto por un iceberg que simboliza la fuerza de la naturaleza o la exterioridad absoluta o (en términos de Lacan) la emergencia de lo Real. Las fuerzas que están más allá del control humano, incluso más allá de lo comprensible y simbolizable (justamente a esto los griegos llaman Caos). El iceberg encarna la Abertura amenazante, el Caos que elude el control, el Afuera que se opone al sistema estable. No obstante, también puede pensarse que esa fuerza es la contrapartida de la desmesura humana: algunos creían que la nave no podía hundirse (de lo cual se sigue que los botes salvavidas están de más), el constructor creía haber previsto toda contingencia, el capitán creía poder anticiparse a los posibles peligros, incluso uno de los marineros que está vigilando dice poder “oler” el hielo y anticiparse al peligro. Adorno y Horkheimer en su Dialéctica del Iluminismo, han advertido que el modelo de la razón ilustrada lleva implícita la recaída en el mito y la irracionalidad: el intento de controlarlo todo termina en el descontrol y en la ruptura (o sea, en la “crisis”). Dicho de otro modo: el racionalismo lleva implícita la irracionalidad y el capitalismo lleva implícita la crisis.
Para la mitología griega, los Titanes son libertadores de la opresión, y en este sentido tienen una connotación positiva, al igual que el Titanic que representa una victoria contra las fuerzas opresivas de la naturaleza y del caos. Los titanes (con Cronos a la cabeza) consiguieron liberar a su madre Gea (la Tierra) del dominio inmovilizante de su padre Uranos (el Cielo) mediante la castración. Análogamente la ciencia y la técnica han permitido a los europeos modernos liberarse del dominio de las fuerzas de la naturaleza, utilizando el mismo recurso.
La Abertura como amenaza también puede ser interpretada, a la manera de Laclau y Mouffe, como falla estructural, como antagonismo. Para estos autores, un sistema social que pueda satisfacer las diversas demandas humanas es imposible, ya que todas las sociedades modernas contienen fuerzas antagónicas insuprimibles que las dislocan y las desestabilizan. Rancière va más lejos aún y sostiene que desde el surgimiento del demos griego y la constitución de la política, el principio democrático de igualdad (la igualdad de cualquiera con cualquiera) subvierte y desestabiliza toda estructura social y todo régimen político. La película muestra muchas imágenes de la operatoria de este principio de igualación: dos obreros sin dinero para comprar su pasaje a América ganan sus boletos en un partido de naipes, los obreros que están relegados a los niveles inferiores de la nave pasan a la cubierta de primera clase, una “nueva rica” norteamericana se hace invitar a tomar el té con las aristocráticas damas británicas. Las igualaciones no se dan sólo “hacia arriba” sino también “hacia abajo”: la hija rebelde de la aristocrática viuda visita las cubiertas donde viajan los obreros, baila y canta con el populacho.
Esta movilidad social no deja de verse como una amenaza a la libertad, la identidad o los privilegios de cada uno de los sujetos sociales. Es decir, el iceberg, como amenaza externa, no es más que la proyección de la amenaza más real, la interna. De allí que muchos de los personajes parecen estar siempre más preocupados por esta última que por el inminente hundimiento del barco.
Pero estos análisis son ilustraciones de lo que ya han hecho las ciencias sin dar lugar al problema de la comprensión de la crisis. En Titanic la crisis surge del choque con el iceberg que rompe el fondo de la embarcación, es decir, la deja sin fondo, sin fundamento, y la sumerge en el abismo.
¿Cómo responder a la crisis?
El film insinúa las primeras respuestas dadas por el mismo sistema: son las respuestas técnicas y científicas. La respuesta del ingeniero constructor, por ejemplo, es silogística: si más de la mitad de los compartimentos de flotación no se inundan, la embarcación sigue flotando. La mitad de los compartimientos se está inundando. Por lo tanto, la embarcación se hundirá (necesariamente). La respuesta del capitán es análoga a la de los políticos profesionales: Primero, la promesa esperanzadora que alivia la angustia inmediata: “los pasajeros pueden salvarse en los botes salvavidas a la espera de otras embarcaciones de ayuda”. Pero los hechos disuelven las ilusiones originales: no hay recursos; no existen embarcaciones en las cercanías y los botes salvavidas son insuficientes. La falta de recursos, conduce a una segunda respuesta, que apela a los principios establecidos por el sistema. Si no pueden salvarse todos, han de salvarse de acuerdo a las jerarquías y funciones. Primero las mujeres y los niños de la clase alta, después los varones de la clase alta, y así sucesivamente, hasta donde alcancen los botes. Por supuesto, los botes alcanzan sólo hasta allí: aunque haya más capacidad en lo cuantitativo, no la hay en lo cualitativo. El resto deberá hundirse con el barco y su capitán.
Después se plantea la respuesta del poder como dominación: las mujeres de la aristocracia hacen valer su diferencia jerárquica, y reclaman los lugares por los que han pagado (ya sea que los usen o no). El argumento implícito podría enunciarse así: “La propiedad me pertenece y hago lo que quiero con lo que me pertenece”: aunque no pueda gozarlo debo impedir que otro lo use si no es suyo. Algunos apelan al dinero para comprar su lugar o al prestigio o a la fuerza y a la amenaza.
Los obreros y sus familias son encerrados en las cubiertas inferiores. Ni siquiera tienen derecho a la esperanza, a tratar de nadar hasta ser (si acaso) rescatados, sólo tienen derecho a morir. Digo mal: puesto que los derechos son libertades y dado que no son libres, tienen el deber de morir. Tampoco tienen derecho a reclamar o a hacer uso de la fuerza para salvarse o salvar a otros. Sólo hay una fuerza legítima.
Ya me he excedido demasiado en mi presentación, así que quiero extraer algunas enseñanzas que se desprenden de la película: 1) La primera y más terrible es que la crisis se devora a todos (o a casi todos) y los intentos por retrotraer la situación a un estado previo, fracasan. 2) Los que alcanzan cierto éxito, lo hacen en defensa de sus privilegios y a costa de los derechos de los demás. 3) El director parece indicar que sólo el amor puede afrontar la crisis. Sin embargo, el abismo se traga a uno de los amantes y la heroína rebelde rehace su vida pero no logra salvar a su pareja. 4) Hay sólo dos imágenes (en alguna medida coincidentes) que nos permiten pensar de otro modo (y está claro que la crisis no se puede pensar como pensamos la “normalidad”). En una de esas imágenes un aristócrata británico pide que le sirvan un coñac en la sala y se dispone a disfrutarlo tranquilamente mientras el Caos devora a todos. Interpreto estas imágenes no como una expresión de indiferencia ante el sufrimiento y el dolor ajeno, ni como un estado de inconciencia de la situación, sino como una cierta sabiduría del que conoce perfectamente sus capacidades y sus límites y se apresta a vivirlos en la plenitud de lo posible. Ser conciente de sus condiciones y límites es lo antes llamamos “crítica” (en sentido filosófico). En esto consiste la “dignidad” de la sabiduría clásica: conocer los propios límites, saber que hay algo que no se conoce y que no se puede conocer. 5) La otra imagen nos ofrece la salida del arte: hay una orquesta contratada para entretener las fiestas de la clase alta. La crisis (la inminencia del hundimiento) atemoriza a los músicos que se desbandan e instintivamente huyen. Pero algunos de ellos, reconocen que están frente a una oportunidad única: llevar la interpretación hasta su más alta expresión; ya no tocar para los otros que son incapaces de “escuchar la música”, sino tocar para ellos mismos. El arte responde a la crisis creando perfección. 6) Sin embargo, tampoco estas respuestas son satisfactorias y en el fondo no hacen sino rescatar lo mejor del viejo sistema roto y fragmentado. La película no muestra una respuesta “nueva” a la crisis y más bien nos recuerda que nuestras ciencias y técnicas no saben cómo pensarla. Nos anticipa el fracaso de los saberes actuales y concluye que los científicos y los técnicos no están preparados para encarar la tarea que se les ha asignado. 7) Creo que la globalización nos exige trascender las perspectivas encerradas en el ámbito local (en esto coincido con el Dr. Sidicaro, creo que los estados nacionales están poco preparados para enfrentar el mundo actual, incluso diría que muchas empresas multinacionales están mejor preparadas para esta tarea), pero también creo que la globalización requiere ir más allá de las explicaciones unicausales, de las teorías que suponen la continuidad, la homogeneidad y la estabilidad. Siguiendo esta línea de pensamiento, creo que hay que incentivar líneas de investigación que rescaten de la historia pasada las respuestas creativas que se fueron dando a los momentos de crisis, principalmente aquellos autores que han estudiado las transiciones, autores como Maquiavelo, Tocqueville, Marx, Nietzsche o Foucault; sin olvidar que los argentinos tenemos una fuente muy basta en nuestra corta historia y, para no ir mucho más lejos, en la historia del peronismo y en intelectuales como J. W. Cooke.

lunes, 5 de noviembre de 2007

JORNADAS DE INVESTIGACION EN CIENCIAS SOCIALES

EL PUEBLO COMO SUJETO DE LA POLÍTICA EN PERONISMO Y REVOLUCIÓN DE J. W. COOKE

por: Magister RICARDO ETCHEGARAY

Introducción

¿Qué significa política? ¿Quién es el sujeto de la política? ¿Cuáles son los fines de la política? ¿Cuál es su función? ¿Cuáles son sus condiciones de posibilidad? ¿Cuáles son sus medios? Todas estas preguntas son, sin duda, constitutivas del saber propio de la política, independientemente de que sea considerada como ciencia, arte o filosofía. Sin embargo, estas preguntas han sido respondidas de modo diverso por los distintos autores en las distintas épocas y contextos, y no hay un acuerdo generalizado en las respuestas que se dan a ellas. En esta investigación se dará respuesta a estas preguntas desde la perspectiva teórica desarrollada por el dirigente argentino John William Cooke en su libro: Peronismo y revolución. El peronismo y el golpe de estado. Informe a las bases. La obra fue escrita inmediatamente después de producido el golpe de estado de junio de 1966 con la intención de “informar” a las “bases” del Movimiento Peronista sobre el sentido de los acontecimientos y elaborar una teoría desde la que se puedan tener criterios para la acción[1].
Al ser un “informe” escrito por un peronista dirigido a los peronistas que forman parte del Movimiento, el autor da por sentados ciertos sentimientos y vivencias comunes, y una experiencia histórica compartida. Estos mismos rasgos hacen al discurso extraño o confuso, cuando no se comparten tales supuestos, como ocurre al ser leído por extranjeros o por los intelectuales encuadrados en diversas perspectivas teóricas. Dar por sentados tales supuestos no es una falta de rigor científico o un desliz subjetivo en la elaboración de las posiciones teóricas, sino un rasgo característico de la política para Cooke. Así como san Agustín sostiene que no se puede comprender sin creer (y, por lo tanto, no se puede hacer teología sin ser cristiano), Cooke piensa que no se puede comprender la política sin ser un hombre del pueblo, sin ser parte de las masas[2]. Para ciertas concepciones, a las que podríamos llamar “objetivistas”, no se puede comprender la realidad “objetivamente” si se es parte de esa realidad. Para Cooke, por el contrario, no se puede comprender la realidad política si no se es parte del pueblo. Desde su perspectiva, comprensión y parcialidad no se oponen ni se excluyen. Sin embargo, no cualquier “parcialidad” hace posible la comprensión, sino sólo la perspectiva de las masas o del pueblo. En cierto sentido, podría decirse que esa parte no es una parte, sino que se identifica con el todo. Toda “otra” parcialidad es deficitaria por definición. De allí que en cada uno de los capítulos del libro, Cooke se esfuerce por argumentar teniendo en cuenta las perspectivas de las distintas partes: de los sindicalistas, de los políticos, de los militares, de la iglesia, de los universitarios, etc., para que puedan ver y reconocer la perspectiva del pueblo, aquella que define la función de la política.

La política

En este apartado procuraremos definir los significados que tiene el término “política” en la obra que analizamos.
(1) Uno de los motivos del golpe de estado de Onganía se asocia a la “falta de política” del gobierno radical. Cooke acuerda con esta posición y dice que el gobierno de Illia “se fue quedando sólo con el apoyo de las magras huestes de la UCRP, pues careció de política y en su lugar siguió varias políticas —a menudo contradictorias— que terminaban por dejarlo mal con todo el mundo”[3]. Cuando se dice: “tener una política”, “carecer de política”, “seguir tal política”, etc., la palabra “política” significa un conjunto de principios y de pautas generales coherentes que orienten la acción concreta en cada circunstancia. En este significado, la política pertenece al ámbito “teórico” e incluso “filosófico”. Hay un significado más amplio que éste, cuando se habla de las “ideologías políticas” o de las “opiniones políticas”. Pero también hay un significado más específico, como cuando se habla de la “política internacional”, la “política universitaria” o la “política petrolera”. Estos tres usos son variaciones de mayor o menor amplitud del mismo significado antes definido.
(2) Pero Cooke entiende la política también en un sentido “práctico”, como fuerza social, como la acción de un grupo o de una parte de la sociedad. Así, por ejemplo, cuando dice: “el peronismo queda en pie como única fuerza política que, desaparecido el aparato partidario, sigue operando a través de sus estructuras sindicales”[4]. Está claro que no se refiere al partido político o a sus estructuras partidarias, sino a una fuerza social que se expresa en el partido pero también en los sindicatos, o en la universidad o en la calle. Es decir, la política no se reduce a las estructuras políticas, a los partidos políticos y, menos aún, al Estado o al gobierno. A veces Cooke habla de una “política de clase”, por la que las distintas clases de la sociedad procuran realizar sus propios intereses parciales[5].
Este significado de la política como fuerza incluye el significado tradicional y limitado que entiende a la política como la actividad propia de los partidos políticos. En este sentido hay que entenderlo cuando dice, por ejemplo: “la sensación general de hastío ante los juegos de la política tradicional”[6]. En este significado también se incluyen los que están contenidos en términos como “superestructura política”, “instituciones políticas” o “sistema político” y también “magistraturas políticas”, “representaciones políticas” y “funcionarios políticos”. Este significado está asociado con el que identifica la política con la esfera de lo público. Así dice, por ejemplo: “Los ideales invocados por la oligarquía argentina —Democracia, Libertad, Progreso, Civilización, etc.— la forzaron a convertir la vida política argentina en una farsa permanente”[7].
(3) En un significado más amplio que el anterior (la política como la actividad de los partidos políticos propia de la esfera de lo público) pero más restringido que en el de fuerza social, Cooke también habla de una “política de poder”[8]. Por ella se entiende las orientaciones para la acción y las acciones que ejercen cierta presión o fuerza tanto dentro como fuera de los partidos políticos, sólo cuando persiguen como objetivo la “toma del poder”, es decir, el ejercicio del gobierno o del mando. Aunque pueda parecer paradójico, Cooke observa que existen muchas políticas que no tienen vocación de poder o que cuando ejercen el poder se comportan como si no lo tuvieran. El peronismo no sólo tiene vocación de poder sino que cuando ha accedido a él, lo ha ejercido en el gobierno[9]. S. Žižek sostiene que esto es lo que caracteriza a la política leninista[10].
(4) Cooke hace referencia a la política en un cuarto sentido, diferente de los anteriores, como política revolucionaria o de liberación: “entendida como unidad de teoría, metodología organizativa y de lucha”[11]. Éste sentido puede identificarse con “la política” sin más. Desde esta perspectiva, la política tiene un único sujeto[12], al que se nombra de diferentes maneras: el pueblo, las masas, el proletariado, los trabajadores, los peronistas, etc. Este sujeto se puede reconocer en ciertos liderazgos, como ocurrió con los caudillos en el siglo XIX y con Yrigoyen y con Perón en el siglo XX, pero no puede delegar su tarea en otros[13].

La política del régimen

Para Cooke, la política de liberación se opone a la política del régimen, en un sentido semejante al que utiliza Rancière[14] cuando opone la “política” a la “policía” (police). Para caracterizar la política del régimen, se vale del concepto de “despolitización”. Este concepto nos parece más adecuado que el de “policía” (utilizado por Rancière) porque es menos confuso y equívoco y porque hace explícita la contraposición con la política.
Está claro, desde la perspectiva de nuestro autor, que la política no se limita a la esfera jurídico-política e institucional. Como después señalará Michel Foucault, las relaciones de poder atraviesan todas las relaciones sociales. Pero esto también lo sabe el “régimen” y por eso busca delimitar, acotar, restringir la “resistencia”. Foucault también señalará, unos años después, que “donde hay poder hay resistencia”. Consecuentemente, la política del régimen consistió y consiste en la despolitización.

“Si el régimen es una hidra de muchas cabezas, la oposición aparece también en las más diversas formas y lugares de resistencia, [para el régimen] había que canalizar las rebeldías hacia el plano exclusivamente político-partidista, donde pueden ser fácilmente controlados. Había que «despolitizar»”[15].

Canalizar todas las acciones políticas a la esfera de lo jurídico-político es despolitizar. La política de despolitización consiste en hacer que cada parte de la sociedad cumpla con la función que le es propia, evitando inmiscuirse en temas y cuestiones que no son “específicos” de su área[16].
En primer lugar, la despolitización procuró distinguir analíticamente la actividad sindical de la actividad “política” de los sindicatos, prohibiéndoles “hacer política” y conminándolos a circunscribirse a su actividad específica. El régimen se valió para ello, de la presión directa sobre las direcciones sindicales, quitó recursos a la CGT, suprimió personerías, “intervino” sindicatos, subsidió listas opositoras a las lideradas por peronistas, insinuó amenazas a los dirigentes, reglamentó la ley de Asociaciones Profesionales, se valió de maniobras divisionistas por medio de los sindicatos “apolíticos”, etc. Con ello se apuntaba a la despolitización de los lugares de mayor resistencia por parte del peronismo: las asociaciones de trabajadores.
En segundo lugar, la política de despolitización apuntó a un ámbito que tradicionalmente era “despolitizado”, pero que se había convertido en un “caldo de cultivo” de las actividades políticas de un grupo social nuevo en la historia de las luchas argentinas: la juventud. La despolitización del régimen se focalizó, por lo tanto, en las universidades. Cooke recuerda que la universidad había cumplido un papel “reaccionario” en la década de gobierno peronista y no cree que, como institución, haya cambiado mucho su papel, pero señala también que el “estudiantado no es el mismo de hace diez años”[17]. Esa evolución de los jóvenes estudiantes “es la que preocupa a las fuerzas reaccionarias”, porque puede articularse con las resistencias del peronismo, la actitud de una juventud que “se une a las causas que defienden los trabajadores”[18].
Tal política de despolitización no podía ceñirse a los ámbitos de los sindicatos y la universidad, sino que debía aplicarse también a la esfera específica de la política partidaria e institucional, debía “despolitizar la política también”[19]:

“Despolitizadas las agrupaciones obreras –reflexiona Cooke-, despolitizada la Universidad, despolitizada toda forma civil de protesta colectiva so pretexto de que contrariaba el «occidentalismo cristiano», los únicos que podían hacer política eran los empresarios, la prensa comercial, los reaccionarios de todo calibre y procedencia: el régimen. Y, después se despolitizaban las elecciones porque los intereses populares no podían participar más que votando por las opciones —todas más o menos iguales—. No se crea que esto es demasiado original; es una tendencia que fomentan todas las clases gobernantes, aun en las democracias que funcionan sin mayores trampas. Aquí lo único diferencial era la violencia. El famoso profesor Duverger, nada comunista por cierto, analiza el fenómeno y condensa: «Toda despolitización favorece al statu quo»”[20].

Cooke señala que la tendencia a la despolitización de la política no es un rasgo singular o exclusivo del gobierno golpista ni de la Argentina, sino una tendencia que se va extendiendo en los países occidentales, incluso en los “centrales”. Por supuesto, la despolitización integral no podía ser realizada por el gobierno de Illia, ya que (al menos formalmente) era parte del libre juego de las instituciones políticas por el que había sido electo (aunque fuese por una “mayoría” falseada por la proscripción del peronismo). Pero Onganía ya no está sujeto a esas limitaciones porque no pertenece a ningún partido político y porque no fue elegido por nadie. La lógica del régimen supone que si las actividades políticas dividen a la sociedad en partes (partidos), la despolitización debe producir el efecto contrario, es decir, la unificación de la nación en un todo único e indiviso.
Uno de los párrafos del capítulo IV se titula: “La despolitización es la continuación de la política antiperonista por otros medios”. Con este título, Cooke altera la clásica fórmula atribuida a Clausewitz: "La guerra es la continuación de la política por otros medios", reemplazando la palabra “guerra” por el término “despolitización” y “política” por “política antiperonista”. La despolitización es la política del régimen. Es una política que tiene la apariencia de otra cosa: pura y simple “administración”. Pareciera que no se está tomando partido por una parte, por una parcialidad, porque se han suprimido por definición todos los partidos, lo cual implicaría la supresión de las parcialidades. Sin embargo, la despolitización es la peor forma de la política: es la política de una parte minoritaria que niega ser una parte minoritaria y niega expresar los intereses de esa parte minoritaria.
La política del régimen ha expresado siempre en la historia del país a una minoría que niega su realidad minoritaria porque afirma identificarse con el “ideal” de la comunidad. Tal ideal ha recibido diferentes nombres y atributos (siempre con mayúsculas): Razón, Unión, Constitución, Civilización, Libertad, etc., pero en todos los casos se ha puesto “por encima” de las partes (y, por lo tanto, “por encima” de la parte mayoritaria, “por encima” del pueblo).
El objetivo de la política de despolitización es la integración de todas las partes en la unidad nacional, es decir, en un sistema donde cada una cumple con su función específica sin interferir con las de los demás. No otra cosa era lo que Platón llamaba dikaiosinê o “justicia”, como se desprende de la siguiente definición de la República: “La justicia consiste en hacer cada uno lo suyo y no ocuparse en muchas actividades”[21]. Y más adelante, en la misma obra, dice Platón: “La justicia consiste en asegurar a cada uno la posesión de su propio bien y el ejercicio de la actividad que le es propia”[22]. De acuerdo con estas definiciones puede entenderse que la “política del régimen” (despolitización) y la “justicia” en Platón son idénticas. Y efectivamente lo son si ponemos el acento en este rasgo esencial común a las dos: ambas tratan de suprimir “la política” (en el sentido de Cooke). Tal hipótesis parece confirmarse en este otro texto de la República:

“-A las otras [ciudades ordenadas de una manera distinta a la definida por Platón] -repliqué- hay que llamarlas en plural; porque cada una de ellas no es una sola ciudad, sino muchas, como se dice en el juego. Dos, en el mejor caso, enemiga la una de la otra: la de los pobres y la de los ricos. Y en cada una de ellas hay muchísimas, a las cuales, si las tratas como a una sola, estás condenado al fracaso, pero, si te aprovechas de su diversidad entregando a los unos los bienes, las fuerzas y aun las personas de los otros, te hallarás siempre con muchos aliados y pocos enemigos. Y mientras tu ciudad se administre prudentemente de acuerdo con el orden establecido, será muy grande, no digo ya por su fama, sino en realidad de verdad, aunque no cuente más que con un millar de combatientes; y difícilmente hallarás otra tan grande ni entre los griegos ni entre los bárbaros, aunque muchas parezcan ser varias veces más grandes que ella”[23].

Para Platón, como para el régimen, el antagonismo es un síntoma de crisis e inestabilidad del sistema y, en consecuencia, es necesario eliminarlo. Desde su punto de vista, la lucha política conduce inevitablemente a la división, a la fragmentación y a la disolución del orden social. Cooke, por el contrario, cree que la política conduce a la superación del sistema de clases establecido. En esta cuestión, coincide con M. Horkheimer, quien comentando la concepción que Maquiavelo tiene del hombre y de la historia, escribió:

“Según Maquiavelo, las luchas entre clases sociales han sido hasta ahora un instrumento importante para que se produzca el progreso cultural. Estas luchas, que ante sus ojos se manifestaron fundamentalmente en forma de guerras civiles, no las considera en absoluto nocivas, sino que, por el contrario, le parecen condición esencial del ascenso. La forma más vívida en que Maquiavelo experimentó esas luchas fueron las sangrientas confrontaciones entre nobleza y burguesía. Dice en su obra principal: «Me parece que aquel que condene las luchas entre la nobleza y el pueblo está condenando también la causa fundamen­tal de que se mantuviera la libertad romana. Aquel que atienda al estruendo y griterío de esas luchas más que a sus buenos frutos, no se da cuenta de que en toda comunidad son distintos el modo de pensar del pueblo y el de los grandes [patricios] y que de esa disputa provienen todas las leyes dictadas en favor de la libertad»”[24].

Para la lógica del régimen las luchas sociales y políticas son una amenaza para el sistema, para la justicia, para la unidad. Cooke señala que en las sociedades capitalistas avanzadas el sistema democrático asegura la hegemonía burguesa, pero ello no basta en los países dependientes como la Argentina, por lo cual recurren a las FF: AA. “para que «despoliticen». En realidad, no ha ocurrido otra cosa que una aceleración y agudización de la política bajo la forma mistificadora de la apoliticidad”[25]. La despolitización efectiva sólo podía llevarse a cabo mediante la introducción de un sector que pareciese no ser parte sino estar por encima de las partes: “La dictadura militar, con el manejo de la violencia, ha podido plantearse la «despolitización» integral que se necesitaba. En principio y por el momento, el objetivo se logró”[26].
Dado que las FF. AA. no son ni una clase ni un partido político, se consideran como neutrales y más allá de los desacuerdos entre las partes. Pareciera que el poder ejercido por ellas es, entonces, “indiferenciado, funcional, técnico, desvinculado de todo interés particular”. Pero Cooke advierte que “la despolitización es una política como cualquier otra, dentro de la «no-ideología» que no es sino la ideología de las clases dominantes”[27].
A diferencia de Rancière, quien sostiene que “la institución de la política es idéntica a la institución de la lucha de clases”[28], Cooke sostiene que también el régimen hace política, y el nombre de la política del régimen es “despolitización”. Al identificar la dominación con la policía y la política con la democracia, Rancière descuida la posibilidad de otras alternativas como, por ejemplo, el surgimiento de una política fascista. De allí que Laclau advierta que “sería histórica y teóricamente erróneo pensar que una alternativa fascista se ubica enteramente en el área de lo contable, [es decir, de lo puramente administrativo]. Para explorar la totalidad del sistema de alternativas es necesario dar un paso más, que Rancière hasta ahora no ha dado: explorar cuáles son las formas de representación a las que puede dar lugar la incontabilidad”[29]. En este sentido, Cooke da un paso más al pensar y conceptualizar esa alternativa[30].
Según esta línea de pensamiento, la política como despolitización puede identificarse con la “privatización”.

“La ideología –escribe Cooke- «privatiza» la vida civil —es decir, mantiene lo referente a las necesidades económico-sociales como asunto particular de cada individuo— y de esa manera «despolitiza» a las clases dominadas, al tiempo que las unifica abstractamente a través de las instituciones del Estado político; estructura así la hegemonía de las clases dominantes”[31].

Este rasgo mistificador, ideológico, de la política de despolitización es el que induce al engaño de algunos sectores dentro del movimiento peronista. Estos sectores caracterizados “como un puente a través del cual las clases dominantes introducen sus propias consignas en el seno de las clases dominadas”, han aceptado ya la despolitización como “una realidad”[32] y se han “replegado”[33] hacia ella mucho antes de que las FF. AA. implementen el golpe. La posición que estos sectores ocupan en el movimiento hace que la política de despolitización sea mucho más engañadora y efectiva en sus resultados. Para los dirigentes de estos sectores, la despolitización no se presenta como una forma de coacción sino como una ventaja, porque de esa manera pueden presentarse como simples funcionarios institucionales y no tener que dar cuenta de sus acciones ante los trabajadores que los han elegido.

“La despolitización –dice Cooke-, en la actitud de los dirigentes, no aparece como forma extrema de coacción sino como una ventaja; la burocracia al lanzarse a apoyar ese método nuevo para continuar la opresión clasista, lo ha fortalecido inmovilizando políticamente al pueblo, induciéndolo al desarme, como si fuese un desarme general y no un desarme de la mayoría sometida a servidumbre”[34].

El factor que obliga a instrumentalizar la política de despolitización (o de desperonización) y que al mismo tiempo impide que esta despolitización se lleve a cabo completamente es el pueblo. Éste establece una unificación de hecho entre la esfera política y la económico-social, que imposibilita la integración del peronismo dentro de los partidos políticos tradicionales o como un partido semejante al laborismo inglés (es decir, que busque ventajas particulares dentro del régimen, sin cuestionar sus supuestos fundamentales). Desde el comienzo el peronismo muestra que toda acción es política, aun cuando se inscriba en un ámbito específico, técnico o instrumental. En la acción de los integrantes del Movimiento, aunque no pertenezcan al partido y no estén siquiera afiliados, siempre queda manifiesta la política con la que se articula y de la que forma parte: la política del pueblo. El peronismo es, en los hechos, la expresión del pueblo, es decir, de los excluidos, de la chusma, de la plebe, de los proletarios, de los explotados. Al darle expresión y nombre a los excluidos, el peronismo hace imposible la “integración”, es decir, la reducción de la política a la despolitización.

“Estas imposibilidades –agrega Cooke- no resultan de una teoría revolucionaria ni, por supuesto, de una praxis revolucionaria en la dirección del Movimiento, sino del carácter revolucionario que objetivamente tiene el peronismo como fuerza de las clases desposeídas luchando en el medio histórico del capitalismo declinante de nuestro país”[35].

Si la política de despolitización del régimen consiste en separar las partes y sus funciones, la mera presencia del peronismo echa por tierra tal pretensión, haciendo manifiesta la desigualdad en todo ámbito en el que se presenta.
En contraposición a la despolitización promovida por el régimen, la política revolucionaria promueve una politización más amplia y más intensa.

La burocracia

Una política es una orientación general para la acción que parte de una evaluación de las tendencias presentes en la historia. Cooke quiere distinguir “la política” de “las artimañas del oportunismo”[36], propias de la burocracia.
La política revolucionaria no es una ciencia exacta ni natural. Tampoco es una mera técnica. La política es un arte, como la estrategia. Es arte porque es creativa y busca prever las contingencias, anticipándolas. Cooke la opone a las concepciones de la política que ponen el acento en la planificación, el cálculo, la exactitud y el detalle, todos ellos rasgos propios de la “burocracia”[37]. La lógica burocrática acepta como fundamentos los mismos principios que subyacen a la política del régimen, es decir, la despolitización. Y ésta es la peor forma de hacer política, porque inmoviliza a los actores y porque elude la reflexión y la conciencia.

“Lo que calificamos como dirección burocrática es, precisamente, la imposibilidad de superar esa alternativa [golpismo o electoralismo con proscripción] porque opera con los mismos valores y preceptos del régimen con el cual estamos enfrentados”[38].

La burocratización consiste en no enfrentar al régimen globalmente sino en concebir una estrategia que busca apoyos dentro de él. A la burocratización se opone la política de poder y ésta se deriva de una teoría revolucionaria[39]. La falta de una teoría revolucionaria y de una política de poder agrava la burocratización.

“Lo burocrático –dice Cooke- es un estilo en el ejercicio de las funciones o de la influencia. Presupone, por lo pronto, operar con los mismos valores que el adversario, es decir, con una visión reformista, superficial, antitética de la revolucionaria”[40].

Lo burocrático no carece de teoría, pero ésta está disociada de la práctica.

“La burocracia es centrista, cultiva un «realismo» que pasa por ser el colmo de lo pragmático y rechaza toda insinuación de someterlo al juicio teórico [crítico]. (...) Su actividad está depurada de ese sentido de creación propio de la política revolucionaria, de esa proyección hacia el futuro que se busca en cada táctica, en cada hecho, en cada episodio, para que no se agote en sí mismo.”[41]

En el pensamiento burocrático (en consonancia con la política de despolitización del régimen) la comunidad se concibe como una totalidad orgánica integrada, donde cada parte tiene su lugar asignado y en la que el antagonismo ha sido eliminado. De aquí se deriva que “en la cabeza de los burócratas cualquier conciliación es posible. De noche sueñan que suman botas, sotanas y alpargatas, y que la cuenta les sale justa”[42]. La lógica burocrática excluye cualquier tipo de contradicción y antagonismo y, por lo tanto, supone que cualquier conciliación es posible. Cooke, como después Rancière, señala que en esa lógica hay una cuenta errónea, porque se pretende adicionar a los “incontables”[43]. Para el pensamiento burocrático, el peronismo sería perfectamente integrable: por ejemplo, en lo económico-social, incorporando a las direcciones sindicales peronistas junto con otras agrupaciones gremiales en una C. G. T. pluralista y profesionalista, que cumpla funciones específicas en la negociación entre obreros y patrones; en lo político, reconociendo a los dirigentes políticos peronistas razonables y potables (es decir, que no pretendan volver a la época de la “Tiranía” ni repatriar al “Tirano”) junto con los otros partidos políticos.
El burócrata busca mantener los privilegios derivados de sus cargos institucionales (en el partido o en el sindicato) sin tener que tomar una posición “política” y ocupar un lugar en la lucha (lo que incluye –para Cooke- la aceptación del liderazgo de Perón[44]). Por eso reciben con beneplácito el golpe “que valoriza sus posiciones en las estructuras gremiales y suprime el ámbito de lo político”[45].
El pensamiento burocrático es profundamente antihistórico. Por un lado, tiende a “olvidar” los “errores” cometidos en el pasado como también los antecedentes en las acciones de los personajes del régimen y las constantes en la política del régimen. Por otro lado, desconfía de todo lo que no sea fijo, estable, permanente, rechazando casi instintivamente el devenir y sus contingencias. De allí que los burócratas tiendan a aceptar los principios del gobierno golpista como verdades universales con el rango de dogmas. Pero, como dice Cooke: “la historia no va al ritmo del pensamiento de los burócratas, no está paralizada sino que es un proceso continuo donde nadie permanece inmutable”[46].
Para Cooke, el sujeto de la política son los trabajadores organizados en un movimiento, es decir, el peronismo. Por ello, los impulsos para el cambio provienen siempre del pueblo. La burocracia surge como un colchón con la capacidad de amortiguar y sofocar los impulsos transformadores de la masa.

“La burocracia, en teoría es la cabeza del movimiento pero constituye en los hechos una estructura intermedia por donde el régimen esteriliza los impulsos revolucionarios que surgen de las bases populares”[47].

El burócrata se ve como representante o como benefactor de la masa (siempre fuera de ella) pero no como parte. La burocracia no sólo esteriliza las acciones tendientes a la transformación sino también la reflexión y el pensamiento crítico. El burócrata confunde la composición policlasista del movimiento con su ideología. “La ideología –escribe Cooke- sólo puede ser o la revolucionaria[48] del proletariado o la burguesa”[49]. De esta manera, la burocracia produce un “vacío ideológico”[50] al mismo tiempo que un vacío de política.
La burocracia ejerce un pensamiento mágico, el cual supone que la realidad se sostiene en estatutos o declaraciones. Se trata de una forma de pensamiento ajena a las explicaciones, a las demostraciones y al señalamiento de las causas[51]. “El liberalismo –advierte Cooke, irónicamente- no perece porque a los burócratas se les ocurra extenderle el certificado de defunción”[52]. Al creer que la realidad se deriva de los estatutos y las declaraciones, la burocracia acepta lo que dicen los funcionarios del régimen como la descripción verdadera de la realidad sin confrontar nunca estas afirmaciones con los hechos. Por eso la burocracia piensa que el golpe viene a poner fin al liberalismo partidocrático, sin percibir que el peronismo es la verdadera antítesis del liberalismo y que el golpe viene a terminar con el enemigo del liberalismo y no con el liberalismo[53].

El pueblo, las masas, el líder y la representación

Cooke utiliza el término “pueblo” en distintos sentidos. Por un lado, con él hace referencia al conjunto de los argentinos[54]. Por otro lado, el término significa lo contrario de la élite o de la “clase de los privilegios”[55]. Un tercer significado lo identifica con las mayorías electorales[56]. A veces hace referencia a los más pobres, a los trabajadores, al proletariado[57]. Otras veces, pueblo también significa “sujeto revolucionario” o “peronismo”[58]. Finalmente, en algunos lugares estos significados están confundidos[59] y, en muchas ocasiones, Cooke utiliza el concepto de “masas populares”[60] con los mismos significados anteriores.
En varias ocasiones el concepto de “sujeto revolucionario” es reemplazado por los términos “peronismo” o “pueblo peronista”. Cooke dice que el peronismo tiene “base de masas”[61] o que es un “movimiento de masas”[62]. Por “masas” entiende al pueblo como sujeto, a los trabajadores, al proletariado. Las masas son el sujeto de la praxis, los que trabajan y luchan.[63] El término “masas” suele tener una connotación negativa, en tanto hace referencia a la ausencia de “forma”, de “libertad” y de “conciencia”. Cooke invierte esta valoración tratando de acentuar la forma, la libertad y la conciencia propias de las masas. Al igual que con el concepto de pueblo, el de masas también hace referencia a la oposición con las minorías y sus privilegios[64], pero el protagonismo de las masas no excluye ni a los líderes ni a las vanguardias. Sin embargo, Cooke advierte que el líder de masas no debe ser confundido con el caudillo o con el demagogo (conceptos utilizados por los liberales para hacer referencia al fascismo y al “totalitarismo”) y, también, que las masas no deben ser confundidas con la “multitud”[65]. Los demagogos no son capaces de “sobrepasar las contradicciones de una sociedad injusta” y en consecuencia no sirven a las masas sino que intentan integrarlas al régimen capitalista[66]. Como muchos teóricos marxistas, Cooke entiende que el fascismo, el nazismo y el falangismo son respuestas del capitalismo a las crisis del sistema. Sin embargo, a diferencia de los teóricos marxistas que entendían que las masas habían sido embrutecidas por la alienación y engañadas por la ideología, Cooke sostiene que en las masas siempre existe una resistencia que pone las condiciones para que surja la conciencia revolucionaria.
En la historia, ni todo está determinado ni las cosas ocurren gratuitamente[67].

“En cada momento –dice Cooke- una serie de factores determina el abanico de las contingencias, y dentro de ese condicionamiento los hechos en última instancia dependen de la actuación de los hombres. La conciencia revolucionaria es un grado de lucidez con que la voluntad humana lucha en medio de una realidad complicada y ambigua. Y la vanguardia revolucionaria no es una minoría autodesignada en mérito a la admiración que a sí misma se profesa, sino el cumplimiento de una función que hay que revalidar constantemente mediante la comprensión teórica de una realidad fluyente que escapa a toda sabiduría inmóvil centelleante de verdades definitivas. Con eso estamos afirmando, en primer lugar, que ese conocimiento no es exterior a la práctica de las masas, sino la experiencia directa de esa lucha enriquecida por el pensamiento crítico[68]. Y, además, que tal conocimiento sólo adquiere valor revolucionario en cuanto se “socializa” al ser incorporado[69] por las masas a su acción, pues ellas son las actoras y también las destinatarias[70] de la revolución”[71].

En este texto puede comprenderse cómo Cooke entiende la representación. No se trata de representar a personas ni a intereses particulares (de grupos o de clases). Tampoco se trata de la representación jurídica que efectúa el lego de quien carece de los conocimientos necesarios. Finalmente, tampoco se trata de la representación política en el sentido tradicional, llevada a cabo por los partidos políticos[72]. Se trata de una “representación funcional”, es decir, de llevar a cabo una función o una tarea, no por los otros ni en lugar de los otros, sino junto con los otros. En general, el concepto de representación parece referirse a los intereses de las partes o facciones. La masa, más que representantes, tiene líderes o vanguardias. La “vanguardia” es la que primero, antes que los otros, representa esta función o tarea. Dicha representación no se convalida por medio del sufragio (más aún cuando las formas democráticas son burladas, vaciadas de contenido o dejadas en suspenso) sino por una permanente revalidación de la función ante el pueblo. En los Apuntes dice Cooke: “Por otra parte, cuando nos disolvamos como peronistas, si es que nos disolvemos como peronismo, es porque otra fuerza representará el papel revolucionario que representa en este momento al peronismo”[73]. También el sujeto revolucionario representa un papel o una función. Cooke cree que este tipo de representación es superior al pergeñado por las doctrinas liberales: “la visión revolucionaria –dice-, concibe formas superiores de integración y representación popular”[74].
Las formas representación tradicionales (sistema representativo) parten siempre de alguna exclusión (de la chusma, la plebe, las hordas, la bestia, etc.) que nunca está representada en el sistema y que expresa su punto de quiebre. Por eso dice Cooke que

“El Movimiento es la expresión de la crisis general del sistema burgués argentino, pues representa a las clases sociales cuyas reivindicaciones no pueden lograrse en el marco del institucionalismo actual.”[75]

BIBLIOGRAFIA:

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NOTAS:
[1] Para Cooke, teoría, organización y lucha son momentos insustituibles de la política y se requieren entre sí.
[2] La política requiere ser parte de “las tradiciones del país y sus masas perseguidas” y del pueblo “marginado políticamente y explotado desde adentro y desde afuera” (p. 60). Por eso dice más adelante: “no creemos en ningún programa que no sea el producto de la voluntad del pueblo y cuente con su adhesión expresa” (p. 230).
[3] Cooke, J. W.: Peronismo y revolución, Buenos Aires, Granica Editor, 1973, p. 13.
[4] Cooke, J. W.: 1973, p. 16.
[5] Por ejemplo, en la p. 72 habla –en este sentido- de “la política del conjunto de la burguesía”.
[6] Cooke, J. W.: 1973, p. 17.
[7] Cooke, J. W.: 1973, p. 61.
[8] Cf. por ejemplo, Cooke, J. W.: 1973, p.19.
[9] La política del gobierno peronista se basaba en la defensa y desarrollo de nuestra economía y en la justa participación de los trabajadores en el reparto del producto social (Cooke, J. W.: 1973, p. 66).
[10] Por ejemplo, en una entrevista publicada en http://rizomas.blogspot.com/2006/03/la-revolucin-silenciosa-slavoj-zizek.html, dice: “Mucha gente discute sobre la escasa participación de las mujeres en política y sobre si conviene establecer cuotas. Zapatero no se entretuvo en debates e impuso las cuotas. Eso es leninismo: dejémonos de esperar las condiciones objetivas, hagámoslo y veamos si funciona”. Y en otro lugar: “Tenemos aquí dos modelos, dos lógicas incompatibles de la revolución: aquellos que esperan el momento teleológicamente maduro de la crisis final, en el que la Revolución estallará ‘en su momento apropiado’ por necesidad de la evolución histórica; y aquellos que son concientes de que la revolución no tiene ningún ‘tiempo propio’, aquellos que perciben la oportunidad revolucionaria como algo que surge y que tiene que ser atrapado en los desvíos mismos del desarrollo histórico ‘normal’. Lenin no es un voluntarista ‘subjetivista’- en lo que él insiste es en que la excepción (el juego extraordinario de las circunstancias, como aquellas en la Rusia de 1917) ofrece una manera de socavar la norma misma” (Slavoj Zizek, A propósito de Lenin. Política y subjetividad en el capitalismo tardío, Bs. As., Atuel, 2004, p. 19).
[11] Cooke, J. W.: 1973, p. 55.
[12] Sobre el tema del sujeto de la política cf. infra: El pueblo, las masas, el líder y la representación.
[13] Cf. Cooke, J. W.: 1973, p. 69 y 72: “…Ningún sector es capaz de impulsar o plantear una política de liberación, aunque haya aliados potenciales de tipo sectorial para el proletariado cuando éste asuma esas tareas revolucionarias para las cuales es el único capacitado.”
[14] Cf. Rancière, J.: El desacuerdo, Buenos Aires, Ediciones Nueva Visión, 1996, pp. 35 ss.
[15] Cooke, J. W.: 1973, p. 112. Énfasis y corchetes nuestros.
[16] Cooke cita como ejemplo un discurso del Ministro del Interior sobre las actividades “políticas” en las universidades: “La guerra en Vietnam y la situación en Santo Domingo, los guerrilleros de Salta, el debate del presupuesto universitario, verbigracia, han constituido pretextos para el apartamiento de los estudiantes universitarios de la función que les es propia, que no es otra que la de cultivar su inteligencia y formar su personalidad para una irrenunciable empresa de bien público” (Cooke, J. W.: 1973, p. 117).
[17] Cooke, J. W.: 1973, p. 115.
[18] Ibídem.
[19] Cooke, J. W.: 1973, p. 121.
[20] Cooke, J. W.: 1973, p. 120.
[21] Platón: República, (433 b), Buenos Aires, Eudeba, 1972, p. 258.
[22] Platón: República, (434 a), Buenos Aires, Eudeba, 1972, p. 259.
[23] Platón: República, (422 e-423 a), Buenos Aires, Eudeba, 1972, p. 245. Énfasis nuestro.
[24] Maquiavelo, N.: 1943, p. 33, citado por Horkheimer. Más adelante, dice Maquiavelo: “Las cuestiones entre el Pueblo y el Senado deben ser consideradas como inconveniente necesario para llegar a la grandeza romana” (Ibídem: p. 42).
[25] Cooke, J. W.: 1973, p. 128.
[26] Cooke, J. W.: 1973, pp. 153-4.
[27] Cooke, J. W.: 1973, pp. 181. “El fetichismo técnico no es despolitización, sino acentuación de la política predominante” (p. 199). “La técnica no sustituye a la política revolucionaria. Aquella actúa sobre los resultados exteriores, mientras la acción revolucionaria, en cualquiera de sus alcances, es al mismo tiempo una reflexión, es un hecho de conciencia, de responsabilidad. Es un hecho moral. Los cambios técnicos son una posibilidad de aumentar la libertad del hombre, pero nada más que eso” (p. 198).
[28] Cf. Rancière, J.: El desacuerdo, Buenos Aires, Ediciones Nueva Visión, 1996, p. 35.
[29] Laclau, E.: La razón populista, Buenos Aires, F. C. E., 2005, p. 306.
[30] “La despolitización no es sino una de las tendencias del Estado capitalista actual” (Cooke, J. W.: 1973, p. 153).
[31] Cooke, J. W.: 1973, p. 153.
[32] Cooke, J. W.: 1973, p. 156.
[33] Cooke, J. W.: 1973, p. 154.
[34] Cooke, J. W.: 1973, p. 158.
[35] Cooke, J. W.: 1973, p. 178.
[36] Cooke, J. W.: 1973, p. 144.
[37] Cf. Cooke, J. W.: Peronismo y revolución, Buenos Aires, Granica Editor, 1973, p. 11.
[38] Cooke, J. W.: 1973, p. 109. Énfasis nuestro.
[39] Aquí se evidencia el rasgo “leninista” de la concepción de Cooke. Lenin había escrito: “Sin teoría revolucionaria, no puede haber tampoco movimiento revolucionario” (Lenin, V. I.: ¿Qué hacer?, Editorial Polémica, Buenos Aires, 1974, p. 60).
[40] Cooke, J. W.: 1973, p. 20.
[41] Cooke, J. W.: 1973, p. 20. Corchetes nuestros.
[42] Cooke, J. W.: 1973, p. 89.
[43] Sotanas, botas y alpargatas simbolizan los tres estamentos o funciones de la polis platónica: los gobernantes, los guardianes y el pueblo. Platón define la función propia de cada parte y su virtud para dar base a su teoría de la justicia. Los gobernantes gobiernan y un gobierno alcanza su perfección cuando es “sabio”. Los guardianes defienden y hacen cumplir las leyes. La perfección de los guardianes se alcanza cuando realizan esta función con valentía. El pueblo vive bajo el mando de los gobernantes y la protección de los guardianes. Su virtud es la sophrosine (templanza), es decir, obedecer a las otras partes de la comunidad con la fortaleza de ánimo que requieran sus tareas.
[44] En relación con la conducción de Perón, dice: “Los burócratas están siempre a la pesca de cualquier frase o declaración de Perón que puedan utilizar para teñir de ortodoxia sus claudicaciones” (Cooke, J. W.: 1973, p. 88).
[45] Cooke, J. W.: 1973, p. 56.
[46] Cooke, J. W.: 1973, p. 113.
[47] Cooke, J. W.: 1973, p. 63.
[48] Este texto también puede entenderse en el sentido de las dos lógicas de las que hablan Rancière y Laclau.
[49] Cooke, J. W.: 1973, p. 21.
[50] Cf. Cooke, J. W.: 1973, p. 55.
[51] “El resto del artículo [de las 62 de Pie] no agrega nada a esta simple explicación: glosa los objetivos que ya están fijados en el Estatuto, dándolos por asegurados como consecuencia de la disolución de los partidos, pero sin ilustrarnos por qué ello ha de ocurrir, cuál es la relación entre una cosa y otra, cómo es la nueva estructura social y política a que se refiere y en qué consiste la felicidad y grandeza que nos vaticina” (pp. 56-7). Análogamente, Marx reprocha a los economistas políticos clásicos: “La economía política parte del hecho de la propiedad privada; no lo explica. Concibe el proceso material de la propiedad privada, como ocurre en la realidad, en fórmulas generales y abstractas que sirven entonces como leyes. No comprende estas leyes; es decir, no demuestra cómo surgen de la naturaleza de la propiedad privada. La economía política no aporta una explicación de la base de la distinción entre el trabajo y el capital, entre el capital y la tierra” (Marx, K.: Manuscritos económico-filosóficos, en Fromm, E.: Marx y su concepto del hombre, México, F.C.E., 1973).
[52] Cooke, J. W.: 1973, p. 56.
[53] Cf. Cooke, J. W.: 1973, p. 57.
[54] Cf. por ejemplo: Cooke, J. W.: 1973, pp. 9, 12, 37, 43, 51, 60, 61, 86, 125, 129, 135, 137, 219, 230, 231.
[55] Cf. por ejemplo: Cooke, J. W.: 1973, pp. 49, 50, 58, 114, 128, 139, 158, 169, 193, 215, 228, 235.
[56] Cf. por ejemplo: Cooke, J. W.: 1973, pp. 51, 60, 118, 138, 218.
[57] Cf. por ejemplo: Cooke, J. W.: 1973, pp. 89, 103, 110, 138, 140, 143, 163, 205, 234.
[58] Cf. por ejemplo: Cooke, J. W.: 1973, pp. 102, 138, 209, 217, 222, 229, 233, 234, 236.
[59] Cf. por ejemplo: Cooke, J. W.: 1973, pp. 94, 126 o 129.
[60] Cf. Cooke, J. W.: 1973, pp. 42, 73, 101, 114, 145, 202.
[61] Cooke, J. W.: 1973, p. 16.
[62] Cf. Cooke, J. W.: 1973, p. 26, 63, 108, 154.
[63] Cf. Cooke, J. W.: 1973, pp. 17-19, 73.
[64] Cf., por ejemplo, Cooke, J. W.: 1973, p. 58, 60, 136.
[65] Sobre la definición, distinción, contraposición de los conceptos de “pueblo” y “multitud” cf.: http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/index-2003-07-26.html, http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-45031-2004-12-19.html, http://www.rebelion.org/sociales/feinman110202.htm
[66] Cooke, J. W.: 1973, p. 102.
[67] Cooke se opone tanto al determinismo o fatalismo como a la casualidad o suerte, ver también páginas 21 y 22.
[68] La conciencia revolucionaria no es un saber científico ni teórico, no son ciertos postulados o principios eternos. La conciencia revolucionaria surge de la misma acción de las masas, de su experiencia directa “enriquecida por el “pensamiento crítico”. El pensamiento tiene una función crítica, que no es sin embargo exterior o ajena a la praxis del pueblo. Para Cooke el pensamiento se subordina a la praxis, pero su papel es insustituible, porque sin él la acción carece de dirección y de corrección.
[69] El pensamiento no sólo no es ajeno a la praxis sino que debe ser “incorporado” a la praxis si se quiere tener éxito en la acción.
[70] Las masas son el sujeto y el objeto de la transformación integral de la sociedad. Son los únicos que pueden desempeñar esta tarea porque sólo en ellos existe la potencia revolucionaria, es decir, la fuerza o el poder y la motivación o la intención para la transformación. Cuando se habla de “potencia” hay que entender el término conteniendo el significado aristotélico de dynamis.
[71] Cooke, J. W.: 1973, p. 18.
[72] “El pueblo se niega a aceptar el viejo juego político en que sólo participaba por procuración, y por medio del Movimiento ha hecho imposible el reestablecimiento de ese anacronismo, salvo como aparato desprovisto de todo vestigio de representatividad” (Cooke, J. W.: Apuntes para la militancia, Buenos Aires, Schapire Editor, 1973, p. 33).
[73] Cooke, J. W.: Apuntes para la militancia, Buenos Aires, Schapire Editor, 1973, p. 110.
[74] Cooke, J. W.: 1973, p. 98. Cf. p. 125, donde hace referencia a las formas superiors de representación democrática.
[75] Cooke, J. W.: 1973, p. 108.